De mi garganta sólo nacen palabras que se ahogan en sonrisas
hipócritas que pretenden demostrar que estoy bien, pero hay silencios que
duelen y los míos me duelen por no poder consolar los tuyos.
Conozco el ruido en las sienes, ese que ni el arrullo de las
olas relajan, ese que golpea con incomodidad hasta alterar la respiración y
aumenta el ritmo de la sangre hasta quemarte completamente de ese fuego que
nace en el estómago, y lo sientes crecer hasta que se desboca atravesando manos
y garganta como la bocanada de un dragón.
Conozco el silencio en la noche, ese que no te regala un latido tan cercano como para alcanzarlo con la mano, ese que te deja fría
e inerte.
Conozco el ruido de mi propio corazón, ese que intenta acallar
los gritos que mi cabeza no calla, que mi piel no es capaz de silenciar si te
pienso y puede que ese, mi silencio ausente, pudiera curar el vacio y la soledad que el
tuyo siente.
Conozco el silencio a solas conmigo demasiado bien. Ese que
repite palabras que atesora con tal fervor que hasta dañan.
Conozco el ruido del abandono, el de una lágrima corriendo
por la mejilla, el de un grito ahogado y
el del silencio.
Conozco el silencio del que no quiere sentir nada porque
nada espera y se oculta, sin hacer ruido.
Deseaba que
el ruido de mi silencio en tu oído hubiera sido suficiente silencio para ti.
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