En sus manos hermosas, esas que alguna vez sostuvieron las mías, podría
escribir toda mi vida y no errar por amar hasta lo que más odia de sí misma.
Alteró el tiempo de mis horas y mis días y en su ausencia se convierten en
eternidad, donde hasta mis silencios me
hablan de ella. Podrán pasar años y no podré arrancarla de mi corazón.
Amarla fue la premisa que movió mi existir y, por llevarla en mis adentros, colocarla
en el olvido será imposible porque ya habita en todos y cada uno de mis
rincones. Sin remedio es mi senda y mi camino.
Seguiré gritando su nombre y mis versos hablaran de ella mientras la soledad
se apodera de mí hasta cuando de mí sólo queden cenizas. Toda ella está en mí y ocupa cada instante de
mi vida.
La pienso, la sueño, y mi pasión seguirá quebrantando mi ser porque se me
impone lo que siento y esa ha de ser la condena para un corazón necio que sólo
dice no, más dolor no puedo, y para el que el dulce instante de querer robarle un beso es delirio, es locura y
es deseo.
Se metió tanto en mí que en mi fondo
se perdió su ancla y ya ni puedo soltar amarras, ni quiero mendigar un amor que
quizás no merezco. Se me hace difícil no
respirarla porque no quiera dejar de ser como es y yo no puedo, por más que lo
intente, hacer que deje de ser el objeto de mis desvelos.
Abrió mi vacío mundo en canal llenándolo de esperanzas y hoy ya no puedo hablarle
del amor que dejó nacer en mí, que me
despertó como mujer completa, ni del amor que agradecí a Dios nacido en ella. Quisiera
decirle que la amo pero no puedo, no debo, porque hacerle daño no quiero.
Es difícil decir adiós cuando se ama a esa persona a la que necesitas hacer
feliz y tú vivir siendo nada por no
querer, por no poder dejar de quererla más de lo que puedes dejar de respirar. No olvidarla
es mi castigo por amarla y por no saber cómo no hacerlo.
Y cada sonrisa será una flor
depositada en mi tumba cuando ya no esté.
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