He dejado de escribir en mi diario.
Me parece todo tan cerca cuando lo hago que es difícil de soportar la
idea de que lo hacía para compartirlo algún día con alguien que ya no quiere saber
de lo que verdaderamente he sentido y vivido todo este tiempo atrás.
Me suponía un consuelo pensar que en un futuro podríamos vivir todo
aquello que nos negamos voluntariamente en su momento. Mis dichosos temores y
mis anhelos, su maldita culpa y sus miedos. Creí que nuestro amor era tan
difícilmente superable que, en la agonía del silencio, crecía. Amar en la misma
medida en la que yo amo, como yo tengo por castigo amar, no es fácil.
Páginas de un diario llenas de sentimientos ahogados por miedo a hablar y
hacer daño y que ahora me lo hacen a mí porque se sienten incapaces de morir, y que cada vez que los vuelvo a leer, a pesar
del dolor, siento que no debo destruirlo porque debo dejarme constancia de la estupidez de la amante para
quien una piedra no significa tener que volver a tropezar y tropieza… para
poder volver a leer todo aquello que escribí porque lo sentí y por enésima vez,
ojalá por última vez, sirva para convencerme que nunca más debe volver a
ocurrir. Porque cuando creí que ya no habría más hubo, porque cuando creí que
ya no podía esperar lo hice, porque cuando ya no creí que amaría amé. Porque
después de creer que esta vez no volvería a sentirme así, que mis historias no
se volverían a repetir y que mi rincón definitivamente no estaba vacío, sucedió.
Esta ha de ser la última espada que me atraviese y me quite la vida de
esa forma tan cruel que sólo mi amor puede hacerlo.
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