Conocí a una maestra que solía decir… “quien bien te quiere te hará llorar”.
Cuando tenía diez años no lo entendía.
Ahora tampoco.
La vida ha de quererme mucho porque llorar sí que me ha hecho llorar, y
mucho. Salvo las lágrimas de alegría cuando nació mi hijo, todas han sido de
tristeza.
El dolor es parte de mi vida. Puede me haya hecho madurar pero también me ha
ido hundiendo sin compasión en la amargura cuando no lo he ignorado o no le he
vuelto la espalda. Entonces se ha convertido en sufrimiento. Hoy no puedo mirar
mi dolor de frente y eso no es voluntario.
No lo busco pero sigue llegando una y otra vez y me destruye del todo.
Es como un huracán que arrasa todo lo que encuentra a su paso, está dentro
de mí y no puedo evitarlo porque mi presente me aniquila, los recuerdos siempre
se convierten en llanto y termino por hacer añicos todo futuro por no poder
esbozar ni una sonrisa, añorando un único abrazo capaz de pegar todos esos
trozos de mi que son mi alma derrotada por llorar sola, por no querer que me
vean llorar, por no permitir que vean que he llorado.
Y cuando termino el día mi alma pesa y me duele porque sabe que podría haber
hecho mucho más y no le dieron
oportunidad. Ahora sólo se esfuerza por vomitar todo lo que contuvo e intenta
no ver, no oír, no sentir.
Me duele el alma hasta el punto de dolerme la vida. No hay nada que me pueda
doler más y abarca más de lo que puedo soportar. Necesito dejar de sufrir.
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