Vivía en el convencimiento de que ya había amado hasta la locura y que no
podría repetirse… hasta entonces. Aquel ser maravilloso que apareció en su vida
sin previo aviso, sin necesidad de promesas,
había aceptado su espera sin condiciones con las esperanzas puestas en
ese “poder algún día”.
En esos momentos toda una vida podría haberla resumido a pocos días. Nada significaba
más que los instantes en los que podía disfrutar de su compañía aunque el
tiempo se le escapara entre los dedos y siempre quisiera prolongarlo robando
hasta el último minuto al día.
Sin darse cuenta apenas, las caricias a escondidas, los te amo en voz baja,
las miradas, los besos mirando de reojo por si alguien llegaba, se convertían
poco a poco en una tortura, maravillosa tortura, pero tortura. Después de una caricia quería otra, después
de un beso ansiaba otro, después de un te amo esperaba otro. Su amor había
crecido tanto que entregarle más caricias, más besos y más te amo se estaba
convirtiendo en necesidad, la necesidad de hacerla feliz.
Una noche, entre dudas y miedos, su deseo no pudo más y desabrochó los
botones de su camisa. Quiso probar, y por primera vez, cada uno de esos trozos
desnudos, sin composturas ni testigos, que le estaban prohibidos. Estaba tan
cerca, tan cercana, que sabía que podría amarla sin reparos. Se atrevió y la
besó. La besó con tanta pasión que olvidó todo lo demás. La amó infinitamente.
Una se dejó ver por entero mientras sentía todo su cuerpo recorrido con la
yema de unos dedos que la amaban, de una boca que deseaba cada centímetro con
un beso, lentamente, rozando su piel
desde los hombros a sus caderas hasta dejarla perder la sensatez. Se dejó
llevar, y se dejó hacer, y se dejó querer. Un mordisco, otro beso, y un gemido
de respuesta. Hasta que dijo su nombre y pidió… “para”. Su cuerpo no hubiera
podido decir no antes aunque se lo hubiera pedido a gritos porque en ese
momento no le importaba nada. Y la otra correspondió en la misma medida, con la
delicadeza que sólo conoce quien ama de verdad, y con su respuesta, esa que sabe lo que quiere
y cómo lo quiere, consiguió que tocara el más dulce de los cielos, a ese que no
podía recordar porque nunca había existido uno tan consciente y deseado.
Consiguió que disfrutara del amor de forma distinta e intensa, la dejó amar
hasta lo sublime y por increíble que le pareciera, en un abrazo agradeció a la
vida el mejor presente que podía darle. Y ella estaba ahí… sueño o realidad
pero estaba ahí. Fue una noche para no olvidar porque fue un regalo de amor
para dos amantes, vírgenes de su primera vez.
Se marchó con un “hasta mañana” y un “duerme con una sonrisa” que nunca
sonaron menos a despedida. Sólo un par de testigos perdidos entre las sábanas,
pudieron dar testimonio de lo ocurrido. El más cruel de los sufrimientos y una
cama aún más vacía, fue lo único que a ella le quedó.
Mejor pensar que soñó porque, y aún
no lo sabía, ese amor ya había decidido
no volver.
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