Lo de que te
enamoras de verdad sólo una vez en la vida es mentira. Doy fe, soy testigo. Yo
me enamoré de forma más intensa que la “primera vez” y como si no hubiera amado
nunca dije te quiero cuando no pensé que volvería a decirlo, y sólo Dios sabe
lo difícil que me resultó.
No lo busqué, llegó,
y lo hizo como todos los regalos de la vida que ahora sé que se aprecian, se
valoran y se cuidan, por sorpresa. No prometí una vida ni una relación
perfecta, ni nunca equivocarme, pero sí me comprometí a dar lo mejor de mí y a estar
dispuesta a aprender todo de nuevo, desde el principio.
La felicidad de
vivir y de amar era tan intensa que olvidé todo el daño recibido, todos los
amores perdidos, todos los días malgastados. Di una vuelta completa a mi vida y
me mareó tanto amor. Tanto que no diferenciaba mi amor del amor que recibía.
Pero como dicen “la
felicidad del pobre dura poco” y la mía duró lo mismo que una bocanada de aire
fresco en verano. Nada. Sé que la culpa es mía por esperar y por confiar pero
está claro que debo ser el pobre más pobre y en el reparto nada debió quedar
para mí más allá del mundo que yo misma, equivocada o no, me procure.
Me tomó tiempo entonces aprender a olvidar mi
amor y reconstruir mis emociones. Ahora el amor que tengo me está matando.
Quizás sea que no tengo demasiado tiempo.
Hoy, para
desprenderme de ti he de soñarte, y he de hacer que me duela mucho.
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