Tengo una hermana. Es preciosa. Es funcionaria, profesora en un Instituto. Hoy ha venido con una pena. Tiene una alumna a la que aprobó a duras penas el primer trimestre y no demasiado bien el segundo. En el tercero no ha presentado ningún trabajo online pero que ahora angustiada pregunta qué ha de hacer para aprobar el curso. Mi hermana ha consultado sabiamente a otros de sus profesores y todos andan en la misma tesitura. Elegantemente han determinado aprobarla a pesar de todos los contras porque no tienen ganas de follones y, total, ¡para lo que va a servir!. Ya habló de "facilidades para aprobar" la Ministra de Educación.
Miedo me da.
¿Pensar? A veces es preferible no hacerlo. En ocasiones como esta más. Si pienso que otros muchos profesores (que ni educadores ni maestros), tomarán la misma actitud, me corre un escalofrio al suponer a todos estos "estudiantes", considerados no preparados pero "dignos" de ser aprobados, tomando las riendas del futuro.
Mi hermana dice que ella es profesora, no educadora. Ella es docente y enseña conceptos, pero mientras les recrimina la asistencia a clase con bermudas y chanclas, o escote, no se siente en la obligación de instruirles en el arte de ser personas pensantes, honradas y consecuentes, porque eso es cosa de los padres. Y si los padres no lo hacen? Pues nada... pongamos el mundo en manos de personas que ni son capaces de sumar dos y dos ni lo son de discenir, que sería un triunfo, o de siquiera considerar qué sería conveniente, adecuado o correcto, en el caso de que supieran que la situación lo requiere.
Hoy sólo deseo que el único dilema al que se tengan que enfrentar estos jóvenes en la vida sea "carne o pescado" porque de lo contrario, como decidan ser médicos o ingenieros... me temo que será lo peor.