Los ansiolíticos no
hacen desaparecer lo que nos absorbe energía, las ganas o la alegría. No hacen
que nuestros problemas desaparezcan ni hacen que el sufrimiento se vaya para
siempre. Los miedos nos carcomen y la infelicidad nos consume.
El médico me pone en
la cabecera de mi cama una caja de Diacepam, que no puedo tomar porque si lo
hago duermo tanto que no soy capaz de levantarme. Como si todo se solucionase
con dormir. Bueno, a lo mejor sí si pudiera hacerlo para siempre. Es tentador
poder dejar de pensar o de sentirme como me siento.
Esa tentación es tan
grande que ha hecho que buscara con urgencia un profesional, que al fin y al cabo es alguien que te escucha y que conoce los mecanismos del cerebro. Sentirme tan
hundida, tan vacía, tan desesperada como para que no me merezca la pena
conservar la vida es lo peor que me podía pasar. Y si no supiera el por qué me
encuentro así… pero es que lo sé. No creo que un chute de Serotonina me
devuelva la alegría o las ganas de vivir sólo me hará creer que las tengo. Mientras,
en mi cabeza, seguirán sonando los mismos ecos, las mismas palabras, visionaré una
y otra vez lo que me ha traído hasta el agujero en el que estoy y en el que sigo callendo más profundo cada día y seguiré sin entenderlo y sin
poder vivir con ello.No quiero vivir así.
Debería existir un
medicamento para cada dolor de la vida. Pero ese dolor no es una enfermedad.
Lástima.
2 comentarios:
No existe nadie por quien merezca la pena sufrir tanto.
Yo también pensaba eso pero la vida me la puso delante.
Gracias por pasar y comentar.
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