miércoles, 21 de noviembre de 2018

"Mujer contra mujer"



Vivía en el convencimiento de que ya había amado hasta la locura y que no podría repetirse… hasta entonces. Aquel ser maravilloso que apareció en su vida sin previo aviso, sin necesidad de promesas,  había aceptado su espera sin condiciones con las esperanzas puestas en ese “poder algún día”.
En esos momentos toda una vida podría haberla resumido a pocos días. Nada significaba más que los instantes en los que podía disfrutar de su compañía aunque el tiempo se le escapara entre los dedos y siempre quisiera prolongarlo robando hasta el último minuto al día.
Sin darse cuenta apenas, las caricias a escondidas, los te amo en voz baja, las miradas, los besos mirando de reojo por si alguien llegaba, se convertían poco a poco en una tortura, maravillosa tortura, pero tortura.  Después de una caricia quería otra, después de un beso ansiaba otro, después de un te amo esperaba otro. Su amor había crecido tanto que entregarle más caricias, más besos y más te amo se estaba convirtiendo en necesidad, la necesidad de hacerla feliz.
Una noche, entre dudas y miedos, su deseo no pudo más y desabrochó los botones de su camisa. Quiso probar, y por primera vez, cada uno de esos trozos desnudos, sin composturas ni testigos, que le estaban prohibidos. Estaba tan cerca, tan cercana, que sabía que podría amarla sin reparos. Se atrevió y la besó. La besó con tanta pasión que olvidó todo lo demás. La amó infinitamente.
Una se dejó ver por entero mientras sentía todo su cuerpo recorrido con la yema de unos dedos que la amaban, de una boca que deseaba cada centímetro con un beso,  lentamente, rozando su piel desde los hombros a sus caderas hasta dejarla perder la sensatez. Se dejó llevar, y se dejó hacer, y se dejó querer. Un mordisco, otro beso, y un gemido de respuesta. Hasta que dijo su nombre y pidió… “para”. Su cuerpo no hubiera podido decir no antes aunque se lo hubiera pedido a gritos porque en ese momento no le importaba nada. Y la otra correspondió en la misma medida, con la delicadeza que sólo conoce quien ama de verdad,  y con su respuesta, esa que sabe lo que quiere y cómo lo quiere, consiguió que tocara el más dulce de los cielos, a ese que no podía recordar porque nunca había existido uno tan consciente y deseado. Consiguió que disfrutara del amor de forma distinta e intensa, la dejó amar hasta lo sublime y por increíble que le pareciera, en un abrazo agradeció a la vida el mejor presente que podía darle. Y ella estaba ahí… sueño o realidad pero estaba ahí. Fue una noche para no olvidar porque fue un regalo de amor para dos amantes, vírgenes de su primera vez.
Se marchó con un “hasta mañana” y un “duerme con una sonrisa” que nunca sonaron menos a despedida. Sólo un par de testigos perdidos entre las sábanas, pudieron dar testimonio de lo ocurrido. El más cruel de los sufrimientos y una cama aún más vacía, fue lo único que a ella le quedó.
Mejor pensar que soñó porque, y  aún no lo sabía,  ese amor ya había decidido no volver.

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