lunes, 3 de enero de 2011

A su encuentro


Después de mucho tiempo volvió a recorrer el sinuoso trecho que la separaba de la orilla. La salina había tomado su mano y la llevaba por aquel estrecho camino hasta la arena. Después de tantos paseos por la vereda y nunca consiguió acostumbrarse al frió que la brisa dejaba en sus hombros. Pero era capaz de distinguir cada piedra, cada recodo, cada sonido que rozara su cara, cada alivio derramado en el romper de una ola, cada sombra…
Nada cambiaba. La esperanza de que lo hiciera, tampoco.
Una vez más fue a su encuentro, sin remedio, y un solo anhelo… no tener que volver a hacerlo. Una vez mas seria como contemplar en silencio aquel ascender del humo del cigarrillo descansando en el alfeizar y deleitarse imaginando subir en aquel remolino de vueltas y tirabuzones y verlo todo desde la altura que regala la premura y la inestabilidad de lo etéreo y versátil. Aprender a doblegarse ante el viento y la corriente como los juncos, flexible, sosegado, accesible…
Y el alma se le caía a los pies si pensaba en ello. Muda sentencia que asumía como castigo a tanto desandar el camino andado y repetido como al compás de una rueca.
Una vez mas aceptaría la resolución inevitable e ineludible de seguir adelante a pesar de todo… a pesar de su desacuerdo, a pesar de su impotencia, a pesar de su deseo.
Dar media vuelta. Volver la espalda. Su vida quedaría ligada a nadie y siempre vivida en la línea de la medianoche, sin origen conocido ni destino extraordinario, sabiendo que una sola palabra y un único instante hubiera sido suficiente.