viernes, 30 de noviembre de 2018

Mis barricadas



Si, mis días malos se van sucediendo casi sin interrupción con ideas que no quiero para mí.
El psicólogo, que pretende hable con él cada dos semanas, me aconsejó hacer un ejercicio mental al terminar cada día… revivir lo vivido durante esas veinticuatro horas y separar lo que me hace sentir bien y lo que no, y buscar algo  que no haya visto en su momento por lo que pueda considerar que ese día no estuvo tan mal. Ya sabemos que cualquier buen detalle puede hacerte olvidar todo lo malo, pero es tarea difícil porque hoy, mi vida se resume en trabajar e intentar dormir. Hacía mucho que no era así, la última mierda de este mundo.
Dormir, lo que se dice dormir, no consigo dormir mucho. Tres o cuatro horas a lo sumo y cuando despierto en mitad de la noche siempre son los mismos pensamientos los que llegan. Son como un resorte que no puedo controlar y que vuelven y vuelven. Al despertar son tan reales que me impiden volver a conciliar el sueño. Y vuelve el ahogo, la angustia y el llanto.
En el trabajo… bueno.  Desde hace mucho, trabajar en lo que trabajo no es motivo de alegría. Lo hago porque no sé hacer otra cosa, es lo que he hecho durante toda la vida, pero desde hace años, la huella de algo poco grato hizo que me resultara imposible. Hoy tengo un buen trabajo y el buen ambiente consiguió, no que me gustara… que creo que es algo improbable…  pero que no fuera algo desagradable. Mi dicha fué encontrarme con alguien que hizo que ir al trabajo se convirtiera en ilusión frente a todo lo demás. Es extraño porque cuando, por lo que sea, eres consciente de que en tu casa no eres feliz, tener que salir a trabajar se puede convertir en una salida, en un escape de la rutina o del desamor. Esta vez yo lo encontré en el trabajo. Llegó incluso a llenar tanto mi vida que consiguió que todo mereciera la pena para mí, incluido el esfuerzo que suponía ir a trabajar. Cualquier cosa era posible, cualquier problema ínfimo, y cualquier crisis superable.  Todo eso se convirtió para mí en amor y sé, y es lo único que sé, que eso es y será el motor que mueve mi vida y lo único por lo que me merezca la pena pelear.  Unos ojos, una sonrisa y unos mensajes de amor… trabajar de nuevo en algo que me mata, por primera vez, volvía a merecer la pena. La vida volvía a merecer ser vivida.
Pero… todo en esta vida se acaba, al menos en la mía. De la noche a la mañana todo dejó de ser maravilloso, parece que estoy destinada a ello, y mi trabajo y mi vida se vuelven a convertir en una pesada losa.  Nada me motiva, nada consigue ilusionarme y la hora en la que he de cruzarme con ese alguien se alza como la más amarga porque me ha vuelto a convertir en ajena, porque me trata como si nada hubiera ocurrido entre nosotros y porque decidió que debíamos pasar de ser dos personas que se aman a ser dos extraños que comparten trabajo. Y he de bajar los ojos, y mirar al suelo, ese desde el que me desmorono, para evitar una mirada por miedo a encontrar un amor que permanece y del que me han apartado como si no lo mereciera o fuera la elección fácil de tomar… y aún no tengo las razones que me ayuden a entenderlo…  o la de la compasión por lo que han hecho con mi vida  y que crece, y que me dolería aún más. Y no puedo evitar esconderme para soltar esas lágrimas que, para que mi corazón vuelva a latir con mediana quietud,  tanto me ahogan ante esa maldita normalidad. Mi fuerza no llega a tanto.
Tomamos decisiones sin saber cómo afectarán a otros ni qué será de sus vidas a partir de entonces.  Calibramos quien no nos importa y a quien acoger en nuestros brazos y no queremos tomar conciencia de la magnitud del daño o del beneficio. Sólo rezamos para que nuestra decisión no nos afecte demasiado mientras deseamos poder olvidar algún día. Yo lo sé bien, una vez lo hice y olvidarlo no he podido. Parece verdad que la vida no se queda con nada de nadie.
Han resumido mi vida a una hoja en blanco, en un sobre sin remite ni destinatario y no sé si llegaré a recuperar algún día mi yo y mi destino, pero sí sé que he de seguir viviendo y amando, a quien tenga que amar y viviendo como sea, en y con mi libertad, aunque me duela, y subiéndome a cualquier barricada que se me ponga por delante, aunque esa barricada sea yo misma o mi propia vida, aunque nadie quiera subir conmigo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una pena pero terminaras dejando el trbajo. Asi no se puede vivir. Y el lo sabe?

maile dijo...

Gracias por pasar por aquí y dejar tu comentario.
Contar? Qué? Que mi trabajo me produce estrés porque quien me lo hacía llevadero decidió que no soy la persona por la que quiere luchar y que eso me esta llevando a una profunda depresión? No, va a ser que no. Para qué? Para hacer que se sienta culpable? De qué serviría eso aunque sea verdad? No, mejor no. Posiblemente tengas razón y termine dejando el trabajo si no me deja salir de donde estoy, pero por ahora sería una excusa para para no enfrentarme a lo que de verdad me esta matando.