Llegó a casa tan pequeño que
haciendo cuna con la palma de las manos le sobraba sitio. Su madre había muerto
en una cuneta y él no creo que tuviera más que lo justo para salir de la
gatera. Llegó envuelto en una toalla, comidito de pulgas y con más hambre que
un caracol en un cristal.
Es “pequeño, peludo, suave” como
Platero, gris atigrado dice su cartilla, pelo corto, romano… que es casi igual
que callejero, sin raza definida. Es común, normal, con poco de especial… como
yo.
Intenté buscarle un dueño,
incluso llamé a la Protectora donde me dijeron que si lo acogían sería para
sacrificarlo. Y no pude. No pude y me lo quedé.
No podía subir los escalones para
seguirme y maullaba hasta que lo cogía y lo llevaba conmigo. Me seguía a todas
partes hasta que entendió lo qué era, un gato, y se dedicó a retozar y dormir,
dormir y comer. En cuanto su tamaño se lo permitió, y desde entonces, sube a mi
almohada cada noche y se enreda en mi pelo, o esconde su nariz en mi cuello
hasta que, entre ronroneo y ronroneo, ambos dormimos.
He de reconocer que no me esforcé
mucho en buscarle un nombre. Mientras no pensaba quedármelo lo llamaba gato,
minino, oye tú… y él, pobre mío, respondía. Minino es el nombre que consta.
Ha sido mi compañero, mi único
compañero fiel durante los últimos dieciocho años… mucho para la vida de un minino y una rareza en eso de la
fidelidad hacia mí.
Ahora está muy enfermo. Además de
los años una enfermedad está acabando con él, lo está deteriorando hasta el
punto que su veterinario, incluso con un tratamiento fuerte, no da muchas esperanzas
para su calidad de vida. En tres días ha perdido 250 gramos más de los pocos 2
kilos que tenía. En unos días posiblemente, seguramente, tendré que hacer que
se marche. Un pinchacito de nada y Minino dejará de arrullarme por las noches,
dejaré de llamarlo cuando llego de la calle y dejará de venir a acariciarme la
cara, dejará de ser mi compañero, dejará de vivir.
Él ha aliviado muchos de mis malos
días y no puedo consentir que ahora sufra porque no quiero que deje de
acompañarme. No sería justo si lo
hiciera. No soy tan egoísta. Tendremos que decirnos hasta pronto.
3 comentarios:
Lo siento. Es una pena tenr que decir adios a una mascota despues de tanto tiempo.
Hermosísimo relato. A pesar de saber que es ley de vida, sufres al ver sufrir a alguien que lo ha dado todo por ti. Que su viaje sea fácil. Un cariñoso abrazo para que la Navidad sea más feliz para ti.
Gracias a los dos...anónim@ y Mara.
Si, ha sido difícil dejarlo ir, muy difícil. Me he sentido como una asesina por momentos. Pero no estaba bien y sufría, yo no podía estar veinticuatro horas al día con él para cuidarlo y la medicación no estaba siendo nada efectiva. Lo mejor para ambos era hacer que se marchara antes de que fuera peor aún.
Ahora le echo mucho de menos. Mi casa y mi corazón están aún más vacíos.
Feliz Navidad para vosotros también.
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