Sus besos acariciaban mis enfados
y vencieron todos mis miedos arrancando de raíz mi amargura. Siempre hacía que
se me erizara la piel levantándome el ánimo con la mayor de las dulzuras. Tomó
la fuerza que me quedaba y se adueñó de mí.
Rumbos diferentes hacen que no
termine nunca mi despedida y cada intento de olvido reconstruye mi deseo. La
llevo debajo de mi piel, entre mis dedos, al final de mis sonrisas, en mi
cansancio y en mi descanso… la frontera de mi libertad.
Es la última rosa que cae bañando
de sangre un sueño, la agonía de un deseo que muere en silencio en mi boca. Me
salvó la vida, la misma que ahora se ahoga por ella, por no poder entrar en sus
recuerdos y enredarme en la realidad de sus deseos como el primer día y volver
a ser lo que era, mi esencia, mi lágrima sostenida y mi canción dormida.
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