sábado, 12 de enero de 2019

Pasear sin rumbo.



Ese mismo sueño que no hace mucho buscaba, hoy ha vuelto a despertarme con el puño cerrado y con toda su fuerza antes de esa hora en la que reacciono ante la dolorosa rutina de todos los días.  No podía respirar, el corazón me latía en la garganta y palabras e imágenes de las que no podía deshacerme daban vueltas en mi cabeza golpeándola una y otra vez.
No podía quedarme sentada en la cama sin hacer nada esperando que desapareciera, esperando volver a dormir y no poder, y he bajado a la calle buscando el aire que me faltaba, ese aire frio de la mañana que te hiela todo por dentro y araña cada centímetro que toca.
El mar se oía de fondo, suave y tranquilo, podía adivinarlo. A esas horas ni gente, ni coches… sólo el ruido del silencio de una noche que se resistía a despertar.
He terminado sentada en ese columpio del parque al que vuelvo de vez en cuando, viendo como poco a poco se hacía la luz e intentando abrazar tranquila otros recuerdos, otras imágenes, otras palabras de otros momentos, soñando volar.
He vuelto a casa con la misma ansiedad con la que me fui, con la misma tristeza y con el mismo dolor, pero al menos ya era de día.

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