Quise adornar la mejor estancia para ti y escogí una durante
mucho tiempo vacía y cerrada con llave. Quité el polvo y las telarañas que
durante años habían habitado allí, únicos reyes del olvido.
Abrí ventanales y contrafuertes para que la brisa entrara y
te trajera hasta mí. Preparé el lecho más tierno para nosotros con las sábanas
más suaves y la luz más tenue para que no dañara tus ojos. Cortinas de seda,
almohadones de plumas y rocié el aire con ese exquisito perfume del que ama.
Lo más dulce de mi alacena lo puse sobre la mesa. Fresas,
nueces y almendras, queso del norte y pan de hogaza. Manteles de lino, platos
de loza, flores y dos copas para compartir un buen vino.
Limpié las malas hierbas, dejé mi puerta a la vista
para que no te perdieras y encendí velas en los cristales que te mostraran el
camino.
Me acicalé y lucí mis mejores galas.
Y esperé.
Y el queso envejeció y el pan se hizo piedra. Las flores
se marchitaron y el vino se agrió. La cera de las velas se consumió y las zarzas
crecieron de nuevo ante mi puerta.
Y volví a cerrar la habitación con llave para que las
arañas gozaran de intimidad
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