domingo, 10 de noviembre de 2019

De aduladores y pelotas.

Decía el pensador François de La Rochefoucauld que “la adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias solo a nuestra vanidad”. Tres siglos y medio después, la cosa no ha cambiado en lo esencial. A los aduladores hoy en día los llaman pelotas, pero para que su estrategia funcione necesitan al otro lado a un jefe inseguro que requiera los halagos para autoafirmarse. Y, al parecer, son mayoría.
Actuará a escondidas, nunca delante de sus compañeros, e incluso el propio jefe puede llegar a pensar que simplemente se trata de un empleado amable y diligente. Resulta encantador de entrada, porque es el rey del marketing personal; padece el síndrome del superviviente y acudirá al trabajo aunque esté enfermo por miedo a perder influencia; se gana la confianza de sus superiores al recordarles constantemente sus propias cualidades; tras descubrir las debilidades y gustos de su jefe, aprovechará esa información para manipularlo y usa sus encantos para penetrar en el grupo y obtener información que luego usará en su beneficio, para promocionarse y desbancar a posibles rivales.
Los aduladores y manipuladores son una plaga muy extendida que sólo perjudican a las personas sinceras que no buscan otra cosa que llevarse bien con los demás y ganarse la vida con su trabajo.
Cuidado. Parecer demasiado amable puede hacernos sospechosos y pasar por alguien a quien, por salvar su trasero, no le importa arrastrar la reputación de nadie con la mentira.

 

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