
"Es pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón".
Si esto no lo hubiese dicho D. Juan Ramón de Platero, yo lo hubiese dicho de Minino.
Minino es un romano europeo, gris atigrado, tiene ocho años y casi siete kilos ( y no porque esté capado, pobrecito, sino que, como dice el veterinario, tiene un esqueleto muy grande).
Es un dormilón. Se pasa el día retozando en mi cama y se retuerce y restriega contra la almohada dejándolo todo lleno de pelos. Por la noche viene a buscarme con una bola de papel en la boca para jugar o se tumba encima de mi pelo agarrándolo con las uñas, como si no quisiera que me escapara, y ronronea suave. Se hace un ovillo junto a mis piernas y dirige su hocico hacia el ventilador buscando fresquito, o se sube a la mesa y se queda observándome mientras tecleo en el ordenador y, a veces, hasta se atreve a hacerlo él también y maulla con ese tono que requiere atención. No le gusta verme hablar por teléfono, me quiere toda para si.
He aprendido a observar sus ojos, orejas y bigotes, ya escuchar sus maullidos ( distintos todos) aunque no he conseguido siempre saber lo que me quiere decir. El pobre, va y se cabrea cuando no le entiendo y viene a mordisquear mis tobillos en un juego entre "no importa" y "tonta, que no te enteras".
Me gusta cuando me espera después de la ducha metido en el lavabo para rozarse con mi pelo mojado. Me gusta cuando se sienta en el pollete de la ventana y recibe la visita de sus amigos gatos que me ponen el asiento de la moto, que esta justo debajo, llena de huellas de patitas. Me gusta cuando me acerca su frente a la boca para que le dé un beso y luego lametea suavemente la mía. A él le gusta tenderse encima de la ropa recien planchada y que le acaricie la tripa.
Compartimos casa. Creo que soy yo quien vive con él y no al contrario. Es él quien me permite hacer todo lo que hago.
Le adoro.